¡Ojo con el Ómicron 2!
No se trata aquí ni de una advertencia temeraria, ni de un pongámonos la venda antes de la herida. Los expertos más reputados, también los más previsores, avisan de que esta actual mutante sudafricana, el Ómicron, puede que no sea más que la madre de otra que, con toda certeza, se transmitiría a velocidad de vértigo y resultaría más letal. Se basan estos epidemiólogos, virólogos y patólogos en esta constancia: la Omicron1, llamémosla así, no es un capricho aislado y solitario del virus, es, en realidad, una de las muchas variantes que causa problemas, alteraciones, en la proteína S que, como ya todo el mundo conoce, es la que llega a las células humanas y nos causa un serio problema infeccioso. Afirman los patólogos algo que es enormemente sustancioso y, claro está, peligroso: la rapidez de evolución de los virus en general es infinitamente superior a la de un ser humano. Fíjense en el tiempo que tardamos los hombres en colocarnos en situación bípeda, en ponernos de pie, vaya, pues bien, un virus maldito en sólo cuestión de horas realiza una mutación más celérica y se transforma en un bicho más competitivo que sus antecesores, por ejemplo, el Delta. O sea, que se pone a trabajar sin descanso y hace una faena a todo el que le proporciona facilidades de transmisión.
De aquí, los avisos de los técnicos. Ahora mismo estamos inmersos en la siguiente tesitura: no sabemos cómo se va a comportar el agente sudafricano, ni tampoco si es más grave, enormemente más patológico, que los conocidos hasta esta fecha. Haciendo de tripas corazón estos expertos adelantan que, efectivamente, Ómicron (¿por qué se llama así el sujeto?) tiene gran capacidad de transmisión, superior a las de sus hermanos mayores. Son dudas fundadas que justifican que la inane Organización Mundial de la Salud, que tanto se ha equivocado desde febrero de 2020 hasta este día, se haya puesto el traje que avecina las tragedias y pide al Universo Mundo responsabilidad porque si no nos despeñaremos por el abismo que conduce a los cementerios. Es decir, que la OMS que, hasta dentro de unas fechas, quizá esta misma semana, no difundirá las conclusiones sobre la conducta del Ómicron, se ha adelantado por una vez porque se teme otro ridículo monumental como el que hizo hace ya dos años su peculiar director marxista, el etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, que ya tiene guasa un nombre y apellidos tan esotéricos como su propia gestión durante los meses peores de la pandemia.
Y no sólo la OMS ha tomado medidas; han sido los propios países, casi todos pertenecientes a la Unión Europea, los que han cerrado las fronteras. Algunos, a lo bestia, como lo han hecho los tediosos por lo común austriacos, y otros, caso Reino Unido, porque no les llega la camisa al cuerpo. España no, España está a la espera, sobre todo porque el Gobierno debe ser consciente de que, diga lo que diga, ya no le cree nadie. Tampoco en la acometida de este nuevo drama. Las que se han puesto a trabajar sin dilación contra esta mutación que se nos ha echado encima procedente del África Subsahariana, han sido las denostadas empresas farmacéuticas, dos de la cuales, las más activas de siempre contra el Covid, Moderna y Pfizer está preparando una nueva vacuna para combatir a este variante desconocida. Lo hacen a ritmo de AVE, pero nadie calcula que, siendo optimistas, la rehecha inmunización esté lista antes de cien días. Y además: una cosa es que la vacuna se encuentre en situación de disponible, y otra, muy distinta, que se puede comercializar en masa a toda prisa.
Mientras las farmacéuticas se afanan en este proceso, hay que asegurar que, según subrayan los expertos, el año 2021 terminará con 12.000 millones de dosis producidas, exactamente la mitad de las que estarán a punto en 2022: 24.000 dosis para ser repartidas urbi et orbe. Falta hace que esta tropa inmunológica viaje con toda presteza al continente africano, también a ciertos estados de Asia, donde la proporción de vacunados únicamente con una dosis, ¡vaya problema!, se acerca sólo al 20 por ciento de la población.
Los técnicos se debaten en un dilema: apuestan por la tercera dosis, sobre todo en las personas mayores de 70 años, pero indican que es prioritario que las inyecciones se envíen antes a los países más damnificados. Un debate contradictorio que, encima, se calza con la perentoriedad de que todos nuestros niños mayores de cinco años y menores de 12, reciban con urgencia la inyección que les protege muy eficazmente contra el virus que hasta el momento nos ha venido infectando.
Y a partir de aquí, comienza la advertencia que explica nuestro titular. Un patólogo tan reputado como el doctor Rubén Moreno que ha trabajado con genoma humano en los Institutos de Salud de Bethesda en Estados Unidos, previene de que hay que trabajar sin descanso para que un presunto Ómicrom 2 no nos visite en un futuro próximo. A mayor abundamiento, se desgañita concienciando de que si ese variante comenzara a dar la lata lo haría de una forma mucho más combativa que sus predecesoras, que se presentaría en sociedad como el guerrero de un pelotón muy competitivo -es el término que emplea- que desencadenaría una pandemia de padre y muy señor mío, más letal que la que estamos sufriendo. Ya se ve que ni es una advertencia baldía, ni un pronóstico especulativo, se trata de una posibilidad que figura en el frontispicio de todas las preocupaciones científicas. Hace una semana se reunieron en algún lugar de Italia no identificado ni siquiera por los asistentes, un grupo de expertos para concordar qué se puede hacer en este panorama que nos ha estallado en el mundo entero, pues bien: el ¡ojo, con el Omicron 2! fue protagonista de todas las intervenciones. Nadie se asuste, todo debemos estar preparados. ¡ojo!
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